10/3/13

Quiroga, la humedad, el calor y el infierno verde

El papá de un amigo de S. Mayor comentaba que, habiendo leído los cuentos de Horacio Quiroga, le parecieron demasiado fantasiosos hasta que, treinta años después viajó a la provincia de Misiones y se dió cuenta:

La tierra colorada vomita el verde, escupe frutas y flores como una enorme serpiente llena de huevos, se desangra en largas picadas y escurre su canto interminable de saltos y cascadas que te hacen pensar que si el paraíso bíblico existiese es porque dios se inspiró en ese lugar. Los colores y el calor se te meten hasta en los huesos.

Macedonio Fernández (a su paso por esa Provincia como juez, luego cesante porque no había acusado a nadie) escribió por ahí que te inspirás y escribís como loco cuando el sol del mediodía te parte la cabeza.
Sí, el mismo Macedonio que lanzó una candidatura presidencial en joda y con ayuda de sus amigos, el mismo que reverenciaba la pasión, ese mismo al que Jorge Luis Borges le dedicó el poema "La Plaza San Martín" y que le leyó un homenaje frente a su tumba, el mismo que conoció a Horacio Quiroga también. Ese Horacio Quiroga que escribió cuentos maravillosos, esos que estaban incluidos en los programas de estudios secundarios (menos mal) pero que no aguanté y leí antes sólo para pasarme muchas noches de mi preadolescencia sin querer usar almohadas, ese Horacio Quiroga que hizo que desconfiara aterradoramente de quienes te miran fijo con un hilo de baba cayendo de su boca abierta, ese mismo que, cuando miraba la muestra de la gran Yiyú Finke "La Corrección" (a mi treintena de edad) con sus miles de hormigas pintadas con gran maestría, una detrás de la otra formando ejércitos circulares en caminos curvos me disparó aquel relato La miel silvestre y el escalofrío me duró mucho tiempo.
Y así es que mientras mi vida transcurre hace poco más de una década en tierra patagónica ventosa, árida, con gente tan distinta, con vegetación cada vez más prominente producto de la imposición de los seres humanos por ostentar un jardín masomeno al frente de sus casas.
A veces, cuando se digna a llover por acá, cierro los ojos y evoco de a poco algo de lo que queda en mi memoria de los años vividos allá, entre enredaderas, té de eucaliptos, de burrito, de flores de azahar, de ambay, los güembé, las arañas, las tormentas eléctricas, el calor adormilante, el barro rojo, los mosquitos, los sapos enormes, las víboras, los colores de las flores, las sandías, las guayabas, la mandioca, las lagartijas verdes, las rayas, el surubí, el aroma del pacholí, el flit, las sábanas almidonadas, la menta en el tereré y el cocú, pasan así como pantallazos.

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Tal vez puedas escribir sobre la Patagonia, como Quiroga escribía sobre Misiones.
Gran cuento el de almohadon de plumas.

Abrujandra dijo...

Los buenos deseos son bienvenidos siempre, gracias por el "tal vez", nunca se sabe.