La alarma del celular insistía mientras recibía el certero índice para volver a sonar en diez minutos más.
Ella se dió vuelta, volvió a taparse entera hundiendo la cara en la almohada y de repente una angustia inexplicable la tomó de la garganta y como único recurso para poder seguir respirando, tuvo que llorar.
Lloró pensando en que tendría que presentarse a trabajar con los ojos hinchados, lloró pensando en que hacía rato que no lloraba, que debía ser por eso que la tomó de sorpresa esa mañana.
Lloró con la angustia de una criatura desequilibrada emocionalmente, aprovechó a soltar todas las lágrimas porque estaba sola, esa mañana estaba sola.
Mientras lloraba fue al baño porque se estaba haciendo pis encima, el hedor en el baño era insoportable, hacía un mes que le habían cortado el agua y no podía volver a conectarla, lloraba mientras meaba haciendo arcadas por la fetidez, calculó que ya era hora de tirar un poco de agua.
Lloró mientras se hacía un té para tomar la medicación diaria, ahí se dió cuenta de todo, como si alguien le hubiera encendido el cerebro, entendió, así no podía seguir.
Fue al patio y buscó algo, algo, una manguera, una cadena, una soga, algo tiene que haber y sí, había un buen pedazo de manguera, lo ató bien rogando que la viga pudiera soportar su peso.
Le dió un beso a su perra, pidió perdón mentalmente a la gente que la quería y se subió a una de las tantas sillas tiradas en el patio, sillas que no servían más y se colgó.
La vecina de la esquina veía el patio trágico perfectamente, ese patio asqueroso, ese tiradero que jamás limpiaban 'y eso que eran mujeres', le pareció raro el movimiento de la perra, lamiendo algo hacia arriba, eran los pies de la vecina, miró bien y el mate se le cayó de las manos.
El viento balanceaba a su cuarentona vecina de 1,70.